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yesperantho

3 mars 2011

¿a qué viene tanta risa?

A la tremenda.

Siempre que nosotros tenemos comunicación con otras personas, exponemos nuestras ideas. Esto se puede producir en una reunión de amigos o en el trabajo, en donde el objetivo, por lo general, es generar acciones de mejora a desarrollar. El problema es, que normalmente la exposición de ideas es muy desordenada, pues en la conversación se produce una mezcla de objetividad con diversos grados de emociones, de aspectos negativos objetivos y no objetivos, con opiniones personales, etc. En un caos como éste sólo las ideas que parecen obvias subsisten y se pierden otras muchas que pueden proporcionar excelentes resultados. en los problemas sombríos y de abrumadora responsabilidad la alegría serena, es cosa harto difícil, y, sin embargo, ¿hay algo más necesario que la alegría serena? Nada sale bien si no participa en ello la alegre travesura. Soló el exceso de fuerza es la prueba de fuerza. Una transmutación de todos los valores, interrogante negro y tremendo que proyecta sombras sobre quien lo plantea, obliga a cada instante a buscar el söl y sacudir una seriedad pesada, una seriedad que se ha vuelto demasiado pesada. Para este fin, bienvenidos sean todos los medios; cada caso es un caso de buena suerte. Sobre todo, la guerra. La guerra siempre ha sido la grande cordura de todos los espíritus que se han vuelto demasiado íntimos y profundos; hasta en la herida hay virtud curativa. Desde hace tiempo la siguiente máxima, cuyo origen escamoteo a la curiosidad erudita, ha sido mi divisa: Otro solaz, que bajo ciertas circunstancias me es aún más grato, consiste en tantear ídolos... Existen en el mundo más ídolos que realidades; tal es mi “mal de ojo” respecto a este mundo, como también mi “mal de oído”... Interrogar con el martillo y oír acaso coma respuesta ese famoso sanida hueco que dice de intestinos aquejados de flatosidad, ¡qué deleite supone para uno que tiene oídos aún detrás de los oídos!; para mí, avezado sicólogo y seductor ante el que precisamente lo que quisiera permanecer calladito tiene que hacerse oír...También este escrito-como lo revela el título-es ante todo solaz, rincón soleado, escapada a la sociedad, de un sicólogo. ¿Acaso también una nueva guerra? ¿Se tantean nuevos ídolos?... Este pequeño escrito es una gran declaración de guerra; y en cuanto al tanteo de ídolos, esta vez no son ídolos de la época, sino ídolos eternos los que aquí se tocan con el martillo como con el diapasón; no existen ídolos más antiguos, más convencidos, más inflados... ni más huecos... Lo cual no impide que sean los más creídos. Por otra parte, sobre lodo en el caso más distinguido, no se los designa en absoluto con el nombre de ídolo... En todos los tiempos, los más sabios han coincidido en este juicio acerca de la vida: no vale nada. Una y otra vez se les ha oído el mismo acento: un acento de duda, de melancolía, de cansancio de la vida, de resistencia a ella. Hasta Sócrates dijo al morir: “La vida es una larga enfermedad; debo un gallo al salvador Asclepio”. Hasta Sócrates estaba harto de vivir.Esta noción irreverente de que los grandes sabios son tipos de la decadencia, se me ocurrió precisamente en el caso en que más violentamente choca con el prejuicio erudito y profano: Sócrates y Platón se me revelaron como síntomas de decadencia, como instrumentos de la desintegración griega, como pseudogriegos, antigriegos (El origen de la tragedia, 1872). Comprendí cada vez más claramente que ese consensus sapientium lo que menos prueba es que estaban en lo cierto con aquello en que coincidían; que prueba, eso sí, que tales sabios debían coincidir en algo fisiológicamente, para adoptar así, por fuerza, una idéntica actitud negativa ante la vida. En último análisis, los juicios, de valor sobre la vida, en pro o en contra, jamás pudieron ser ciertos; sólo tienen valor como síntomas, sólo entran en consideración como síntomas. Tales juicios son en sí estúpidos. Es absolutamente preciso hacer una tentativa de aprehender esta asombrosa finesse de que el valor de la vida no puede ser apreciado. Ni por los vivos, toda vez que son parte, y aun objeto de litigio, y no jueces; ni por los muertos, por una razón diferente. El que un filósofo vea el valor de la vida como problema, se convierte en una objección contra él, en un interrogante a su sabiduría, en una falta de sabiduría. ¿Cómo? Todos esos grandes sabios ¿no solamente han sido décadents, sino que ni siquiera han sido sabios? Mas vuelvo al problema de Sócrates. Moral para médicos. El enfermo es un parásito de la sociedad. En un determinado estado resulta indecente seguir con vida. Debiera sentir la sociedad un desprecio profundo por quien arrastra una existencia precaria en cobarde dependencia de médicos y practicantes, una vez perdido el sentido de la vida, el derecho a la vida. Los médicos, por su parte, debieran ser los agentes de este desprecio, procurando en vez de recetas una renovada dosis de asco a su paciente... Hay que crear una responsabilidad nueva, la del médico, para todos los casos en que el interés supremo de la vida, de la vida ascendente, exige la represión implacable de la vida degenerada; por ejemplo, respecto al' derecho a la procreación, al derecho de nacer, al derecho de vivir... Morir de una muerte orgulIosa, cuando ya no es posible vivir una vida orgullosa. Optar por la muerte espontánea y oportuna, consumada con claridad y alegría, rodeado de hijos y testigos, de suerte que es todavía posible una verdadera despedida donde está todavía ahí el que se despide, así como una verdadera apreciación de lo realizado y lo intentado, un balance de la vida, en oposición a la miserable y pavorosa farsa en que el cristianismo ha convertido la hora postrera. ¡No debiera perdonarse jamás al cristianismo haber abusado de la debilidad del moribundo para hacer violencia a la conciencia, de la forma de la muerte para valorar al hombre y su pasado! En este punto, frente a todas las cobardías del prejuicio, corresponde establecer, ante todo, la apreciación correcta, esto es, fisiológica, de la llamada muerte natural, que a su vez no es, en definitiva, sino una muerte “antinatural”, un suicidio. Nadie muere por culpa ajena, sino únicamente por culpa propia. Sólo que ella es la muerte que se produce en las circunstancias más despreciables: una muerte impuesta, a destiempo, una muerte cobarde. Por amor a la vida se debiera procurar una muerte diferente: libre, consciente, sin contingencia ni coerción... Por último, he aquí un consejo dirigido a los señores pesimistas y demás décadents. No está en nuestro poder no nacer, pero sí nos es dable subsanar lo que a veces resulta efectivamente un defecto. Quien se elimina realiza algo respetable; quien hace esto, casi merece vivir... La sociedad, ¡qué digo!, la vida misma se beneficia con semejante gesto más que con cualquier “vida” vivida con resignación, anemia y otras virtudes; se ha quitado de la vista de los demás, convirtiéndose en una objeción a la vida... El pesimismo pur, vert, sólo queda probado por la autorrefutación de los señores pesimistas; hay que avanzar un paso más en su lógica, negar la vida no sólo con “voluntad y representación”, como lo hizo Schopenhauer, sino negando primero a Schopenhauer... El pesimismo, dicho sea de paso, a pesar de ser contagioso, no acrecienta la morbosidad de una época, de una raza, en su conjunto; es la expresión de la misma. Se cae en él como en el cólera, que sólo ataca al que está predispuesto. El pesimismo no aumenta el número de los décadents; recuérdense también las estadísticas según las cuales los años en que causa estragos el cólera no se diferencian de los otros años respecto al número total de fallecimientos. ¿Hemos progresado en moralidad? Como era de esperar, contra mi concepto “más allá del bien y del mal” se ha alzado toda la ferocidad del entontecimiento moral, confundida en Alemania con la moral misma; podría contar cosas muy sugestivas al respecto. Sobre todo, se me hizo notar la “superioridad innegable” de nuestra época respecto al juicio moral, al progreso efectivamente realizado por nosotros en este terreno, señalando que es de todo punto inadmisible aceptar la comparación de Cesare Borgia con nosotros, como “hombre superior”, como una especie de superhombre, según yo he afirmado... Un redactor suizo del Bund, al rendir homenaje a la valentía de tan arriesgada iniciativa, llegó hasta a “entender” el sentido de mi obra como cruzada por la abolición de todos los sentimientos decentes. ¡Muchas gracias! A modo de respuesta, me permito plantear el interrogante de si realmente hemos progresado en moralidad. La belleza no es una casualidad. También la belleza de una raza o familia, su gracia y bondad en todos los ademanes, es producto del trabajo; es, como el genio, el resultado final del trabajo acumulado de generaciones. Hay que haber hecho grandes sacrificios en aras del buen gusto; hay que haber hecho y dejado de hacer mucho por él; el siglo xvii de Francia es admirable en lo uno y lo otro; hay que haber tenido en él un principio selectivo para las compañías, los lugares, la indumentaria y la satisfacción del instinto sexual; hay que haber preferido la belleza a la ventaja, a la costumbre, a la opinión y a la indolencia. Máxima suprema: no se debe “dejarse estar” ni aun ante sí mismo. Las cosas buenas son sobremanera costosas, y siempre rige la ley de que quien las tiene no es el que las ha adquirido. Todo lo bueno es herencia; lo que no está heredado es imperfecto, es comienzo... En Atenas, en los días de Cicerón, quien expresó su asombro- ante el hecho, los hombres y los jóvenes aventajaban ampliamente a las mujeres en hermosura, y también ¡hay que ver el trabajo y esfuerzo al servicio de la hermosura que el sexo masculino se venía imponiendo allí desde hacía siglos! Pues cuidado con equivocarse en este punto sobre el método; una mera disciplina de los sentimientos y pensamientos es de efecto casi nulo (y aquí radica el grave malentendido de la ilustración alemana, que es totalmente ilusoria). Hay que persuadir previamente el cuerpo. El mantenimiento riguroso de ademanes grandes y selectos, la obligación de tener trato exclusivo con personas que no “se dejan estar”, basta en un todo para llegar a ser grande y selecto; al cabo de dos o tres generaciones todo es ya segunda naturaleza. Es decisivo para el destino del pueblo y humanidad que la cultura arranque del punto justo, no del “alma” (como fue la fatal superchería de los sacerdotes y semisacerdotes) ; el punto justo es el cuerpo, el ademán, la dieta, la fisiología, lo demás sigue naturalmente... Los griegos continúan siendo, por esto, el acontecimiento cultural capital de la historia: sabían, hacían, lo que hacía falta; el cristianismo, que despreciaba el cuerpo, ha sido la más grande calamidad del género humano. Progreso en mi sentido. Yo también hablo de “retorno a la Naturaleza”, aun cuando bien mirado no se trata de un regreso, sino de una elevación. Hacia la alta, libre y aun pavorosa Naturaleza y naturalidad, cualquiera que juega, tiene derecho a jugar con grandes tareas... Para decirlo alegóricamente: Napoleón fue un “retorno a la Naturaleza”, como yo lo entiendo (por ejemplo, in rebus tacticis, y en mayor grado aún, como lo saben los militares, en estrategia). Pero Rousseau, ¿adónde quiso retornar, en definitiva? Rousseau, este primer hombre moderno, idealista y canaille a un tiempo, que necesitaba de la dignidad moral para soportar su propio aspecto; enfermo de vanidad desenfrenada y de desprecio desenfrenado de sí mismo. También este engendro tendido en el umbral de los tiempos modernos quiso “retornar a la Naturaleza”. ¿Adónde, repito la pregunta, quiso retornar Rousseau? Odio a Rousseau aun en la Revolución; ella es la expresión histórica mundial de esta dualidad de idealista y canaille. La farsa sangrienta que caracterizó esta Revolución, su “inmoralidad”, poco me importa; lo que odio es su moralidad a lo Rousseau, las llamadas “verdades” de la Revolución, con las cuales ésta todavía impresiona y atrae todo lo superficial y mediocre. ¡La doctrina de la igualdad! ... No hay veneno más venenoso, pues parece predicada por la justicia misma, pero en realidad es el fin de la justicia... “La igualdad para los iguales, la desigualdad para los desiguales”, tal sería el lenguaje justo de la justicia; amén de lo que se sigue de esto: “no hacer nunca igual lo que es desigual”. Las circunstancias horribles y cruentas que rodearon esa doctrina de la igualdad han aureolado esta “idea moderna” por excelencia de una especie de nimbo y resplandor, de suerte que la Revolución como espectáculo ha seducido aun a los espíritus más nobles. Lo cual no es, en definitiva, una razón para tenerla en suficiente estima. Veo a un solo hombre que la sintió como debe ser sentida, con asco; este hombre fue Goethe...

Estar más enredado que un bulto de anzuelos.

Volvamos a Ricardo. Scorts Barcelona Si no se le puede reprochar a A. Smith el que en este análisis no vaya más allá que todos los autores posteriores a él (a pesar de que en los fisiócratas se mostraba ya un atisbo de solución acertada), en cambio, vemos cómo se deja arrastrar a un caos, principalmente porque su concepción “esotérica” del valor de la mercancía se entrecruza constantemente con la concepción exotérica, que en general, es la que predomina en él, si bien su instinto científico hace que el punto de vista esotérico se trasluzca de vez en cuando. Scorts BCN Schopenhauer se sirvió de la concepción kantiana del pro­blema estético, –– aunque es del todo cierto que no lo con­templó con ojos kantianos. Kant pensaba que hacía un ho­nor al arte dando la preferencia y colocando en el primer plano, entre los predicados de lo bello, a los predicados que constituyen la honra del conocimiento: impersonalidad y validez universal. No es éste el sitio adecuado para discutir si, en lo principal, no era esto un error; lo único que quiero subrayar es que Kant, al igual que todos los filósofos, en lu­gar de enfocar el problema estético desde las experiencias del artista (del creador), reflexionó sobre el arte y lo bello a partir únicamente del «espectador» y, al hacerlo, introdujo sin darse cuenta al «espectador» mismo en el concepto «be­llo». ¡Pero si al menos ese «espectador» les hubiera sido bien conocido a los filósofos de lo bello! ––quiero decir, ¡co­nocido como un gran hecho y una gran experiencia perso­nales, como una plenitud de singularísimas y poderosas vi­vencias, apetencias, sorpresas, embriagueces en el terreno de lo bello! Pero me temo que ocurrió siempre lo contrario: y así, ya desde el mismo comienzo, nos dan definiciones en las que, como ocurre en aquella famosa que Kant da de lo bello, la ausencia de una más delicada experiencia propia se presenta con la figura de un gordo gusano de error básico. «Es bello, dice Kant, lo que agrada desinteresadamente»78. ¡Desinteresadamente! Compárese con esta definición aque­lla otra expresada por un verdadero «espectador» y artista ––Stendhal, que llama en una ocasión a lo bello une promes­se de bonheur 79 [una promesa de felicidad]. Aquí queda en todo caso repudiado y eliminado justo aquello que Kant destaca con exclusividad en el estado estético: le désintéres­sement [el desinterés]. ¿Quién tiene razón, Kant o Stendhal? –– Aunque es cierto que nuestros estéticos no se cansan de poner en la balanza, en favor de Kant, el hecho de que, bajo el encanto de la belleza, es posible contemplar «desin­teresadamente» incluso estatuas femeninas desnudas, se nos permitirá que nos riamos un poco a costa suya: –– las ex­periencias de los artistas son, con respecto a este escabroso punto, «más interesantes», y Pigmalión, en todo caso, no fue necesariamente un «hombre antiestético». ¡Pensemos tanto mejor de la inocencia de nuestros estéticos, reflejada en tales argumentos, consideremos, por ejemplo, como algo que honra a Kant lo que sabe enseñarnos, con la inge­nuidad propia de un cura de aldea, sobre la peculiaridad de sentido del tacto! 80. ––Y aquí volvemos a Schopenhauer, que tuvo con las artes una vinculación completamente distinta que Kant y que, sin embargo, no se libró del sortilegio de la definición kantiana: ¿cómo ocurrió esto? El asunto es bas­tante extraño: la expresión «desinteresadamente» Schopen­hauer la interpretó para el mismo de una manera persona­lísima, partiendo de una experiencia que, en él, tuvo que ser de las más normales. Sobre pocas cosas habla Schopen­hauer con tanta seguridad como sobre el efecto de la con­templación estética: le atribuye un efecto contrarrestador precisamente del «interés» sexual, es decir, parecido al de la lulupina y el alcanfor, y nunca se cansó de ensalzar, como la gran ventaja y utilidad del estado estético, ese liberarse de la «voluntad». Más aún, se podría estar tentado a preguntar si su concepción básica de Voluntad y representación, el pensa­miento de que tan sólo por medio de la «representación» puede haber una liberación de la «voluntad», no tuvo su origen en una generalización de aquella experiencia sexual. (Digamos de pasada que, en todas las cuestiones referentes a la filosofía schopenhaueriana, no debe olvidarse que se trata de la concepción de un joven de veintiséis años; de tal manera que esa filosofía no participa sólo de lo específico de Schopenhauer, sino también de lo específico de esa edad de la vida.) Oigamos, por ejemplo, uno de los pasajes más ex­presivos entre los innumerables escritos por él a honra del estado estético (El mundo como voluntad y representación, I, 231) 81, escuchemos el tono, el sufrimiento, la felicidad, el agradecimiento con que han sido dichas las siguientes pala­bras. «Este es el estado indoloro que Epicuro ensalzaba como el bien supremo y como el estado propio de los dioses; en ese instante estamos sustraídos al ruin acoso de la volun­tad, celebramos el sábado del trabajo forzado del querer, la rueda de Ixión se detiene...» ¡Qué vehemencia de las pala­bras! ¡Qué imágenes del tormento y del largo hastío! ¡Qué contraposición casi patológica de tiempos entre «ese ins­tante», por un lado, y, por otro, la «rueda de Ixión», el «tra­bajo forzado del querer», el «ruin acoso de la voluntad»! –– Pero suponiendo que Schopenhauer tuviese cien veces ra­zón en lo que respecta a su persona, ¿qué se habría logrado con esto para la comprensión de la esencia de lo bello? Schopenhauer ha descrito un solo efecto de lo bello, el efec­to calmante de la voluntad, –– pero ¿es éste siquiera un efec­to normal? Stendhal, como hemos dicho, naturaleza no me­nos sensual, pero de constitución más feliz que Schopen­hauer, destaca otro efecto de lo bello: «lo bello promete la felicidad», a él le parece que lo que de verdad acontece es precisamente la excitación de la voluntad («del interés») por lo bello. ¿Y no se le podría, en fin, objetar al mismo Scho­penhauer que él no tiene ningún derecho a creerse kantiano en esto, que no entendió en absoluto kantianamente la defi­nición kantiana de lo bello, –– que también a él lo bello le agrada por un «interés», incluso por el interés del torturado que escapa a su tortura?... Y volviendo a nuestra primera pregunta, «¿qué significa que un filósofo rinda homenaje al ideal ascético?», obtenemos aquí al menos una primera in­dicación: quiere escapar a una tortura. 82–– Scorts Por tanto, cuando A. Smith dice en el citado pasaje, que “el trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee, de todas las cosas necesarias...y que anualmente consume el país”, etc. adopta unilateralmente el punto de vista del trabajo simplemente útil, que es, sin duda, el que crea todos estos medios de vida en su forma consumible. Pero, olvida que esto habría sido imposible sin contar con los medios y objetos de trabajo trasmitidos por años anteriores y que, por tanto, el “trabajo anual” , aunque cree valor. no crea en modo alguno el valor íntegro del producto por él suministrado: que el producto del valor es inferior al valor del producto. Chicas Barcelona Midiendo siempre las cosas con el metro de la prehistoria (prehistoria que, por lo demás, existe o puede existir de nuevo en todo tiempo): también la comunidad mantiene con sus miembros esa importante relación fundamental, la relación del acreedor con su deudor. Uno vive en una comu­nidad, disfruta las ventajas de ésta (¡oh, qué ventajas!, hoy nosotros las infravaloramos a veces), vive protegido, bien tratado, en paz y confianza, tranquilo respecto a ciertos perjuicios y ciertas hostilidades a que está expuesto el hom­bre de fuera, el «proscrito» ––un alemán entiende lo que quiere significar originariamente la «miseria» (Elend, élend)––, pero uno también se ha empeñado y obligado con la comunidad en lo que respecta precisamente a esos perjui­cios y hostilidades. ¿Qué ocurrirá en otro caso? La comuni­dad, el acreedor engañado, se hará pagar lo mejor que pue­da, con esto puede contarse. Lo que menos importa aquí es el daño inmediato que el damnificador ha causado: pres­cindiendo por el momento del daño, el delincuente es ante todo un «infractor», alguien que ha quebrantado, frente a la totalidad, el contrato y la palabra con respecto a todos los bienes y comodidades de la vida en común, de los que has­ta ahora había participado. El delincuente es un deudor que no sólo no devuelve las ventajas y anticipos que se le dieron, sino que incluso atenta contra su acreedor: por ello a partir de ahora no solo pierde, como es justo, todos aquellos bie­nes y ventajas, –– ahora, antes bien, se le recuerda la impor­tancia que tales bienes poseen. La cólera del acreedor perju­dicado, de la comunidad, le devuelve al estado salvaje y sin ley, del que hasta ahora estaba protegido: lo expulsa fuera de sí, –– y ahora puede descargar sobre él toda suerte de hosti­lidad. La «pena» es, en este nivel de las costumbres, sencilla­mente la copia, el mimus [reproducción] del comporta­miento normal frente al enemigo odiado, desarmado, sojuz­gado, el cual ha perdido no sólo todo derecho y protección, sino también toda gracia: es decir, el derecho de guerra y la fiesta de victoria del vae victis [¡ay de los vencidos!] en toda su inmisericordia y en toda su crueldad: –– así se explica que la misma guerra (incluido el culto de los sacrificios guerre­ros) haya producido todas las formas en que la pena se pre­senta en la historia. Escorts independientes de Madrid Los capitalistas que explotan la producción de oro y plata que –partiendo, como lo hacemos aquí, del supuesto de la reproducción simple– sólo la explotan dentro de los limites del desgaste medio anual y del consumo medio anual de oro y plata que eso ocasiona, lanzan su plusvalía –la cual, según la hipótesis establecida, consumen anualmente, sin capitalizar ninguna parte de ella– directamente a la circulación en forma de dinero, que es para ellos la forma natural y no, como en las otras ramas de producción, la forma transformada del producto. valencia relax III. Autores posteriores 7 Chicas Barcelona Esta lista no es desde luego completa; resulta claro que la pena está sobrecargada con utilidades de toda índole. Tan­to más lícito es restar de ella una presunta utilidad, conside­rada, de todos modos, por la conciencia popular como la más esencial, –– la fe en la pena, hoy vacilante por múltiples razones, sigue encontrando todavía su apoyo más firme precisamente en tal utilidad. La pena, se dice, poseería el valor de despertar en el culpable el sentimiento de la culpa, en la pena se busca el auténtico instrumentum de esa reac­ción anímica denominada «mala conciencia», «remordi­miento de conciencia». Mas con ello se sigue atentando, to­davía hoy, contra la realidad y contra la psicología: ¡y mucho más aún contra la historia más larga del hombre, contra su prehistoria! El auténtico remordimiento de conciencia es algo muy raro cabalmente entre los delincuentes y malhe­chores; las prisiones, las penitenciarías no son las incubado­ras en que florezca con preferencia esa especie de gusano roedor: –– en esto coinciden todos los observadores con­cienzudos, los cuales, en muchos casos, expresan este juicio bastante a disgusto y en contra de sus deseos más propios. Vistas las cosas en conjunto, la pena endurece y vuelve frío, concentra, exacerba el sentimiento de extrañeza, robustece la fuerza de resistencia. Cuando a veces quebranta la energía y produce una miserable postración y autorrebajamiento, tal resultado es seguramente menos confortante aún que el efec­to ordinario de la pena: el cual se caracteriza por una seca y sombría seriedad. Pero si pensamos en los milenios anterio­res a la historia del hombre, nos es lícito pronunciar, sin es­crúpulo alguno, el juicio de que el desarrollo del sentimiento de culpa fue bloqueado de la manera más enérgica cabalmen­te por la pena, ––al menos en lo que se refiere a las víctimas so­bre las que se descargaba la potestad punitiva. No debemos infravalorar, en efecto, el hecho de que justo el espectáculo de los procedimientos judiciales y ejecutivos mismos impide al delincuente sentir su acción, su tipo de actuación, como re­probable en sí; pues él ve que ese mismo tipo de actuaciones se ejerce con buena conciencia; así ocurre con el espionaje, el engaño, la corrupción, la trampa, con todo el capcioso y tai­mado arte de los policías y de los acusadores, y además con el robo, la violencia, el ultraje, la prisión, la tortura, el asesina­to, ejecutados de manera sistemática y sin la disculpa siquie­ra de la pasión, tal como se manifiestan en las diversas espe­cies de pena, –– todas esas cosas son, por tanto, acciones que sus jueces en modo alguno reprueban y condenan en sí, sino sólo en cierto aspecto y en cierta aplicación práctica. La «mala conciencia», esta planta, la más siniestra e interesante de nuestra vegetación terrena, no ha crecido en este suelo, –– de hecho durante larguísimo tiempo no apareció en la con­ciencia de los jueces, de los castigadores, nada referente a que aquí se tratase de un «culpable». Sino de un autor de daños, de un irresponsable fragmento de fatalidad. Y aquel mismo sobre el que caía luego la pena, como un fragmento también de fatalidad, no sentía en ello ninguna «aflicción interna» distinta de la que se siente cuando, de improviso, sobreviene algo no calculado, un espantoso acontecimiento natural, un bloque de piedra que cae y nos aplasta y contra el que no se puede luchar. Agencias de escorts en Barcelona En su Riqueza de las Naciones, libro 1, cap. VI, se dice: "Tan pronto como el capital se acumula en poder de personas determinadas, algunas de ellas procuran regularmente emplearlo en dar trabajo a gentes laboriosas, suministrándoles materiales y alimentos, para sacar provecho de la venta de su producto o del valor que el trabajador añade a los materiales." Este "se resuelve en dos partes; una de ellas paga el salario de los obreros, y la otra las ganancias del empresario, sobre el fondo entero de materiales y salarios que adelanta." Y un poco más adelante: "Desde el momento en que las tierras de un país se convierten en propiedad privada de los terratenientes, éstos, como los demás hombres, desean cosechar donde nunca sembraron, y exigen una renta hasta por el producto natural del suelo..." El obrero "ha de pagar al terrateniente una parte de lo que su trabajo produce o recolecta. Esta porción, o lo que es lo mismo, el precio de ella, constituye la renta de la tierra". Putas en Cantabria El volumen de los contratos de suministro, que aumenta a me­dida que crecen el volumen y la escala de la producción capitalista, determina también diferencias en cuanto al tiempo de rotación. El contrato de suministro, como transacción entre el comprador y el vendedor, es una operación perteneciente al mercado, a la órbita de la circulación. Por tanto, las diferencias en cuanto al tiempo de ro­tación derivadas de aquí brotan de la órbita de la circulación, pero repercuten directamente sobre la esfera de la producción independientemente de todos los plazos de pago y de crédito y, por consiguiente, aun en los casos de pago al contado. El carbón, el algodón, los hilados, etc., son, por ejemplo, productos discretos. Diariamente se entrega una cantidad de producto terminado. Por tanto, si el fabri­cante de hilados o el propietario de la mina se compromete a sumi­nistrar masas de productos que exigen, supongamos, un período de cuatro o seis semanas de jornadas de trabajo consecutivas, esto, para los efectos al plazo con vista al cual ha de desembolsarse el ca­pital, es exactamente lo mismo que si se estableciese un período con­tinuo de trabajo de cuatro a seis semanas. En este caso, se parte, na­turalmente, del supuesto de que la masa de productos encargada ha de entregarse de una vez, o por lo menos pagarse solamente después de entregada en su totalidad. Es lo mismo que sí cada día de por sí entregase una determinada cantidad de producto terminado. Sin embargo, esta masa terminada no es más que una parte de la masa que ha de ser suministrada con arreglo al contrato. Aunque en este caso la parte ya terminada de las mercancías encargadas no figure ya en el proceso de producción, se halla en el almacén como capital puramente potencial. latex El ciclo D... D' se entreteje, de una parte, con la circulación general de mercancías, brota de ella y entra en ella y forma parte de ella. De otra Parte, constituye, para el capitalista individual, un movimiento propio e independiente del valor del capital, movimiento que en parte se opera dentro de la circulación general de mercancías y en parte al margen de ella, pero conservando siempre su carácter independiente. En primer lugar, porque sus dos fases D–M y M'–D', enclavadas en la órbita de la circulación, tienen, como fases del movimiento del capital, caracteres funcionalmente determinados: en la fase D–M, M aparece materialmente determinada en cuanto fuerza de trabajo y medios de producción; en la fase M'–D', se realiza el valor del capital + la plusvalía. En segundo lugar, P, el proceso de producción, abarca el consumo productivo. En tercer lugar, el retorno del dinero a su punto de partida convierte el movimiento D... D' en un movimiento cíclico que se cierra sobre sí mismo. puta a domicilio De esto como del restante carácter fortuito de los trabajos de reparación de las máquinas se desprende lo que sigue: eclipsesexual.com

Perder aceite.

Cuán absurdo es arrancar de un ejemplo en que el capital no figura para nada como capital productivo, lo dice el propio A. Smith inmediatamente: “El capital de un mercader es enteramente circulan­te.” Sin embargo, la distinción entre el capital circulante y el capital fijo es, como se nos dice más adelante, una distinción basada en diferencias esenciales que se dan dentro del mismo capital productivo. Y es que A. Smith tiene presente, de una parte, la distinción de los fisiócratas y, de otra, se fija en las diferencias de forma por las que el valor–capital atraviesa en su ciclo. Y ambas cosas se mezclan y confunden abigarradamente. Masajes eróticos en Barcelona Al final del primer período de 5 semanas, lo mismo B que A han desembolsado e invertido un capital variable de 500 libras. Lo mismo B que A han transformado su valor en fuerza de trabajo y lo han repuesto con la parte del valor del producto nuevamente creado por esta fuerza de trabajo igual al valor del capital variable de 500 libras desembolsado Lo mismo en B que en A, la fuerza de trabajo no se limita a reponer el valor del capital variable de 500 libras desembolsado con un nuevo valor del mismo importe, sino que además le añade una plusvalía, la cual es, según nuestra hipótesis, de la misma magnitud. girlsbcn.cat 1) La proporción existente entre el capital variable que ha de desembolsarse y el capital variable empleado en un determinado período de trabajo. Si el número de rotaciones es = 10, como en A, y se fija el número de semanas del año en 50, el tiempo de rotación será = 5 semanas. En este caso, será necesario desembolsar capital variable para estas 5 semanas, y el capital desembolsado para las 5 semanas deberá ser cinco veces mayor que el capital variable que se emplee durante una semana. Dicho en otros términos, sólo podrá emplearse en el curso de una semana 1/5 del capital desembolsado (que aquí son 500 libras esterlinas). En cambio, en el capital B en que el número de rotaciones escorts Veíamos que ya en la expresión más sencilla del valor, o sea en la fórmula x mercancía A = z mercancía B, el objeto en que toma cuerpo la magnitud de valor de otro objeto parece poseer ya su forma de equivalente como una propiedad natural social suya, independientemente de su relación con el otro. Hemos seguido las huellas de este espejismo, hasta ver cómo se consolidaba. Se consolida a partir del momento en que la forma de equivalencia general se confunde con la forma natural de una determinada clase de mercancías o cris­taliza en la forma dinero. Una mercancía no se presenta como dinero porque todas las demás expresan en ella sus valores, sino que, por el contrario, éstas parecen expresar sus valores de un modo general en ella, por ser dinero. El movimiento que sirve de enlace desaparece en su propio resultado, sin dejar la menor huella. Sin tener arte ni parte en ello, las mercancías se encuentran delante con su propia forma de valor, plasmada y completa, como si fuese una mercancía corpórea existente al margen de ellas y a su lado. Estos objetos, el oro y la plata, tal como salen de la entraña de la tierra, son al mismo tiempo la encarnación directa de todo trabajo humano. De aquí la magia del dinero. La conducta puramente atomística de los hombres en su proceso social de producción, y, por tanto, la forma material que revisten sus propias relaciones de producción, sustraídas a su control y a sus actos individuales conscientes, se revelan ante todo en el hecho de que los productos de su trabajo revisten, con carácter general, forma de mercancías. El enigma del fetiche dinero no es, por tanto, más que el enigma del fetiche mercancía, que cobra en el di­nero una forma visible y fascinadora. escorts bilbao Si tomamos los datos de Arthur Young, observador certero aunque superficial pensador, sobre el obrero agrícola de 1771, vemos que éste desempeña un misérrimo papel, comparado con su predecesor de fines del siglo XIV, en que podía vivir en la abundancia y acumular riqueza,74 y no digamos el del siglo XV, “la edad de oro del obrero inglés de la ciudad y del campo”. Pero, no necesitamos remontarnos tan atrás. En una obra de 1777, nutridísima de contenido, leemos: “Los grandes colonos se han elevado casi al nivel de los gentlemen, mientras los pobres jornaleros del campo andan casi a rastras... La lamentable situación de estos obreros salta a la vista con sólo comparar cómo viven hoy y cómo vivían hace 40 años... Terratenientes y colonos se dan la mano en la obra de oprimir al jornalero.75 Y a continuación, se demuestra al detalle que en el campo el salario real descendió, desde 1737 a 1777, casi en una cuarta parte o en un 25 por 100. “La política moderna –dice por la misma época el Dr. Richard Price– favorece a las clases más elevadas del pueblo; la consecuencia de esto será que todo el Reino quedará reducido, más tarde o más temprano, a dos clases de personas; gentlemen y mendigos, aristócratas y esclavos.”76 girls madrid Por consiguiente, en esta tercera edición no ha sido modificada una sola palabra sin que yo estuviese absolutamente seguro de que el propio autor, de vivir, la hubiera corregido. No podía venírseme siquiera a las mientes el introducir en El Capital esa jerga tan en boga en que suelen expresarse los economistas alemanes, la germanía en que, por ejemplo, el que se apropia trabajo de otros por dinero recibe el nombre de Arbeitgeber,6 llamándose Arbeitnehmer7 al que trabaja para otro mediante un salario. También en francés la palabra travail tiene, en la vida corriente, el sentido de "ocupación". Pero los fran­ceses considerarían loco, y con razón, al economista a quien se le ocurriese llamar al capitalista donneur de travail y al obrero receveur de travail. masajes barcelona Langtoft: En esta aldea, en la casa de Wright, habita un hombre con su mujer, su madre y 5 hijos; la casa tiene cocina delantera, fregadero y dormitorio sobre la cocina; la cocina y el dormitorio miden 12 pies y 2 pulgadas de largo por 9 pies y 5 pulgadas de ancho; en total, el área edificada es de 21 pies y 2 pulgadas de largo por 9 pies y 5 pulgadas de ancho. El dormitorio es un desván. Las paredes suben en forma de cono hasta el techo y en la pared del frente se abre un ventanuco. ¿Por qué vivía aquí? ¿Huerto? Extraor­dinariamente pequeño. ¿Alquiler? Muy alto, 1 chelín y 3 peniques a la semana. ¿Cercana la casa a su trabajo? No, a 6 millas de distan­cia, de modo que tenía que andar 12 millas para ir y volver, diaria­mente. Vivía allí porque era un cot que se alquilaba y. porque quería tener una casa para él solo, donde fuese, a cualquier precio y en cuales­quiera condiciones. He aquí ahora la estadística de 12 casas en Langtoft, con 12 dormitorios para 38 adultos y 36 niños:

 

Hemos visto que el desarrollo del régimen capitalista de producción y de la fuerza productiva del trabajo –causa y efecto a la par de la acumulación– permite al capitalista poner en juego, con el mismo desembolso de capital variable, mayor cantidad de trabajo mediante una mayor explotación, extensiva o intensiva, de las fuerzas de trabajo individuales. Y hemos visto asimismo que, con el mismo capital, compra más fuerza de trabajo, tendiendo progresivamente a sustituir los obreros hábiles por otros menos hábiles, la mano de obra madura por otra incipiente, los hombres por mujeres, los obreros adultos por jóvenes o por niños. escorts girona El intercambio inmediato de productos presenta, de un lado, la forma de la expresión simple de valor, y de otro lado todavía no la presenta. Esta forma era: x mercancía A = z mercancía B. La del intercambio directo de productos es: x objeto útil A = z objeto útil B.5 Aquí, los objetos A y B no tienen, antes de ser cambiados, carácter de mercancías: es el acto de cambio el que los convierte en tales. La primera modalidad que permite a un objeto útil ser un valor de cambio en potencia es su existencia como no valor de uso, es decir como una cantidad de valor de uso que rebasa las necesidades inmediatas de su poseedor. Las cosas son, de por sí, objetos ajenos al hombre y por tanto enajenables. Para que esta enajenación sea reci­proca, basta con que los hombres se consideren tácitamente propietarios privados de esos objetos enajenables, enfrentándose de ese modo como personas independientes las unas de las otras. Pues bien, esta relación de mutua independencia no se da entre los miembros de las comunidades naturales y primitivas, ya revistan la forma de una familia patriarcal, la de un antiguo municipio indio, la de un estado inca, etc. El intercambio de mercancías comienza allí donde termina la comunidad, allí donde ésta entra en contacto con otras comunidades o con los miembros de otras comunidades. Y, tan pronto como las cosas adquieren carácter de mercancías en las relaciones de la comunidad con el exterior, este carácter se adhiere a ellas también, de rechazo, en la vida interior de la comunidad. Por el momento, la proporción cuantitativa en que se cambian es algo absolutamente fortuito. Lo que las hace susceptibles de ser cambiadas es el acto de voluntad por el que sus poseedores deciden enajenarlas mutuamente. No obstante, la necesidad de objetos útiles ajenos va arraigando, poco a poco. A fuerza de repetirse constantemente, el intercambio se convierte en un proceso social periódico. A partir de un determinado momento, es obligado producir, por lo menos, una parte de los productos del trabajo con la intención de servirse de ellos para el cambio. A partir de este momento, se consolida la separación entre la utilidad de los objetos para las necesidades directas de quien los produce y su utilidad para ser cambiados por otros. Su valor de uso se divorcia de su valor de cambio. Esto, de una parte. De otra, nos encontramos con que es su propia producción la que determina la proporción cuantitativa en que se cambian. La costumbre se encarga de plasmarlos como magnitudes de valor. Relax madrid Fuera de Londres, no se conocía en toda Inglaterra, a comienzos del siglo XIX, una sola ciudad que contase 100,000 habitantes. Sólo había cinco con más de 50,000. Hoy existen en Inglaterra 28 ciudades con más de 50,000 habitantes. “Este cambio no sólo ha traído como resultado un incremento enorme de la población urbana, sino que ha convertido a antiguas ciudades pequeñas, densamente pobladas, en centros de población edificados por todos los cuatro costados, sin salida alguna al aire libre. Como a los ricos ya no les agrada vivir en ellas, las abandonan, para trasladarse a los alrededores, mucho más agradables. Los herederos de estos ricos alquilan las casas grandes de las ciudades, a razón de una familia, que además casi siempre tiene huéspedes, por cada habitación. Y he aquí a toda una población hacinada en casas construidas con otro destino y perfectamente inadecuadas al que se les da, y rodeada de una atmósfera verdaderamente humillante para los adultos y desastrosa para los niños.”59 Cuanto más aprisa se acumula el capital en una ciudad industrial o comercial, más rápida es la afluencia a ella de material humano explotable y más míseras las viviendas improvisadas de los obreros. Por eso, después de Londres, es Newcastle-upon-Tyne, como centro de un distrito carbonífero y minero cada vez más productivo, la ciudad que podemos llamar segundo infierno de la vivienda obrera. En esta ciudad hay nada menos que 34,000 personas que viven en casas de una sola pieza. Recientemente, la policía se ha visto obligada a demoler un número considerable de casas en Newcastle y Gateshead, por constituir un peligro para la salud pública. La construcción de nuevas casas avanza lentamente; en cambio, el negocio prospera a pedir de boca. Así se explica que en 1865 la ciudad estuviese, a pesar de todo, más abarrotada que nunca. Apenas se encontraba un solo cuarto libre. El Dr. Embleton, del Hospital de fiebres infecciosas de Newcastle, dice: “No cabe la menor duda de que la causa de que perdure y se extienda el tifus radica en el hacinamiento de seres humanos y en la suciedad de sus viviendas. Las casas en que suelen vivir los obreros están situadas en callejuelas y patios tenebrosos. Son, en lo tocante a luz, aire, amplitud y limpieza, verdaderos modelos de imperfección e insalubridad, una vergüenza para cualquier país civilizado. En estos tugurios duermen revueltos por las noches hombres, mujeres y niños. El turno nocturno de obreros sigue sin interrupción al turno de día, y viceversa, sin dar a las camas siquiera tiempo para enfriarse. Estas insalubres viviendas tienen poca agua y malos retretes, son sucias, faltas de ventilación, pestilentes.60 El alquiler semanal de estos miserables albergues oscila entre 8 peniques y 3 chelines. “Newcastle-upon-Tyne –dice el doctor Hunter– brinda el ejemplo de una de las más hermosas ramas de nuestra raza, sumida, por las condiciones externas de la vivienda y de la calle, en una degeneración casi animal.”61 promocion web En la circulación M – D – M, el dinero acaba siempre con­virtiéndose en una mercancía, empleada como valor de uso. Por tanto, aquí, el dinero se gasta definitivamente. En cambio, en la forma opuesta, D – M – D, el comprador sólo desembolsa dinero para volver a embolsarlo como vendedor. Al comprar la mercancía, lanza a la circulación dinero, para volver a retirarlo de ella ven­diendo la mercancía que compró. Sólo se desprende del dinero con la intención premeditada de volver a apoderarse de él. No hace, por tanto, más que adelantarlo.3 papeleria corporativa Detrás de las tentativas de quienes se esfuerzan por presentar la circulación de mercancías como la fuente de la plusvalía se esconde, pues, casi siempre, un quid pro quo, una confusión de valor de uso y valor de cambio. Tal ocurre, por ejemplo, en Condillac: “No es exacto que el cambio de mercancías verse sobre el intercambio de valores iguales. Es al revés. De los dos contratantes, uno entrega siempre un valor inferior, para recibir a cambio otro más grande... En efecto, si se cambiasen siempre valores iguales, ninguno de los contratantes podría obtener una ganancia, y sin embargo, ambos ganan, o por lo menos ambos debieran ganar. ¿Por qué? El valor de los objetos reside, pura y simplemente, en su relación con nuestras necesidades. Lo que para uno es más es para el otro menos y, vice­versa ... No se puede partir del supuesto de que ofrezcamos en venta objetos indispensables para las necesidades de nuestro consu­mo... Nos desprendemos de cosas que nos son inútiles con objeto de obtener a cambio otras que necesitamos: damos menos por más...Cuando los objetos cambiados sean iguales en valor a la misma cantidad de dinero, es natural pensar que el cambio versa sobre valores iguales... Pero hay que tener en cuenta también otro factor, a saber: que ambos cambiamos lo que nos sobra por lo que nos falta.”22 Como se ve, Condillac no sólo mezcla y confunde el valor de uso y el valor de cambio, sino que, procediendo de un modo verdaderamente pueril, atribuye a una sociedad basada en un régimen desarrollado de producción de mercancías un estado de cosas en que el productor produce directamente sus medios de sub­sistencia y sólo lanza a la circulación lo que le sobra después de cubrir sus necesidades, el excedente.23 Y, sin embargo, el argumento de Condillac aparece empleado frecuentemente por los economistas modernos, sobre todo cuando se trata de presentar como fuente de plusvalía la forma desarrollada de circulación de mercancías, el co­mercio. “El comercio—dice, por ejemplo un autor– añade valor a los productos, pues éstos, siendo los mismos, tienen más valor en manos del consumidor que en manos del productor, razón por la cual el comercio debe ser considerado estrictamente como acto de pro­ducción”.24 Pero lo cierto es que las mercancías no se pagan dos veces, una por su valor de uso y otra por su valor. Y si para el comprador el valor de uso de la mercancía es más útil que para el vendedor, a éste le interesa más que al comprador su forma en di­nero. De no ser así, no la vendería. De modo que lo mismo podríamos decir que el comprador realiza estrictamente un “acto de Pro­ducción” al convertir en dinero, por ejemplo, las medias que le vende el comerciante. bares de copas en valencia De este modo, el movimiento obrero que brota instintivamente a ambos lados del Océano Atlántico por obra de las mismas condiciones de producción, viene a sellar las palabras del inspector inglés de fábrica R. J. Saunders: "Si previamente no se limita la jornada de trabajo y se impone el cumplimiento estricto del límite legal, no podrá darse, con probabilidades de éxito, ni un solo paso nuevo hacía la reforma de la sociedad."166 guia ocio españa Al capitalista que la produce le tiene sin cuidado, de suyo, el valor absoluto que la mercancía tenga. A él sólo le interesa la plusvalía que encierra y que puede realizar en el mercado. La realización de la plusvalía incluye ya por si misma la reposición del valor que se desembolsó. El hecho de que la plusvalía relativa aumente en razón directa al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, mientras que el valor de las mercancías disminuye en razón inversa a este desarrollo, siendo, por tanto, el mismo proceso que abarata las mercancías el que hace aumentar la plusvalía contenida en ellas, nos aclara el misterio de que el capitalista, a quien sólo interesa la producción de valor de cambio, tienda constantemente a reducir el valor de cambio de sus mercancías, contradicción con la que uno de los fundadores de la Economía política, Quesnay, torturaba a sus adversarios, sin lograr obtener de ellos una contestación: "Reconocéis –dice Quesnay– que cuanto más se ahorra en los gastos o en los trabajos gravosos para la fabricación de productos industriales, sin detrimento de la producción, más ventajoso resulta este ahorro puesto que reduce el precio de los artículos fabricados. Y, a pesar de ello, seguís creyendo que la producción de la riqueza, que tiene su fuente en los trabajos de los industriales, consiste en aumentar el valor de cambio de sus productos."7 buzon internet 5. La lucha por la jornada normal de trabajo. Leyes haciendo obligatoria la prolongación de la jornada de trabajo, desde mediados del siglo XIV hasta fines del siglo VII

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